Hace mucho no hablaba de política. No con esa intensidad y la misma pasión de hace diez años, cuando recién pasaba a 5to de secundaria y el régimen corrupto de Fujimori había caído y los movimientos civiles hacían más que bulla y plantones.
Por esos días que, compraba cuatro periódicos distintos y los almacenaba en un archivador de cartón, leía la Constitución de adelante para atrás y tenía montado en el comedor de mi casa como un tipo de oficina de campaña: códigos, normas que aún no sabía cómo se estudiaban y una pizarra enorme con las letras del plumón verde citando parte del largo 2do artículo de la Carta Magna.
En esas épocas había dejado de jugar. No salía ya por mi cuadra y menos hacía deporte. Los kilos de más hacían gala en un cuerpo de la deportista innata y vehemente que fui, acompañando mis horas despierta viendo Canal N, minuto a minuto tal como decía el slogan, y escribiendo mis primeras líneas, notas, crónicas, cartas. Pues, de la indignación, creo, nació mi vocación por escribir.
Mis amigos ya no me buscaban para sonsear. Los había educado para que me siguieran en esta nueva aventura politiquera, la cual consistía en reunirnos en tal "despacho congresal" junto a la cocina para opinar sobre las últimas noticias de centro-derecha-izquierda y agendar nuestra próxima visita, plantón o pequeña y amigable marcha. ¿Quizá al CAL?
Mis padres no tenían idea. Para ellos, yo jugaba, y por eso quise demostrar que no lo hacía. Fue así, que por convicción y admiración decidí escribirle a la entonces congresista Anel Townsend. Desde mis deseos de contactarme con ella, pasaron mucho mails sin retorno, llamadas sin respuesta, visitas sin encuentro.
Mi madre no me dejaba ir más allá de 5 cuadras, sin embargo, enrumbé más de dos veces al centro de Lima en micro junto a mis secuaces, para dejar cartas y conocer el Congreso de la República, zigzagueando manifestantes, caballos, smok y emolienteras.
¿Qué le decía a mi madre? Que estaba en el Internet. ¿Me chapó en la mentira? A medias, pero el nalgazo no me achicó frente a la meta de llegar al propósito trazado. ¡Jodida que era!
Anel andaba muy ocupada en ese entonces, pues integraba la comisión investigadora encargada de sacar al viento la maraña corrupta fujimontesinista. Yo comprendía, pero la impaciencia de mis 15 febreros, no. Me empezaba a frustrar. ¡No podía ser tan difícil de contactar, caramba!
Mis amigos se habían aburrido y yo sólo quería que una persona símbolo de esa democracia perdida por tantos años, me leyera y escuchara.
Luego de un largo mes, recibí la llamada. Anel me atendería luego del Pleno del día siguiente. Por la entrada de atrás, ya tenían nuestros nombres como invitados. Ese día fue muy importante para una emocionada y gorda quinceañera.
Desde ahí, hicimos campaña congresal con Anel (a espaldas de mi mamá y con la complicidad de mi papá, por lo general). Me compré un bombo gigante, volanteé innumerables veces por el recorrido Jirón de la Unión, la Alameda Chabuca Granda, la Plaza San Martín (donde me robaron la billetera), la Plaza Mayor, la Calle Capón y el Mercado Central el último domingo de carnavales, el Parque de la Reserva. Cruzamos miles de veces esa congestionada Av. Abancay y caímos en dos mítines de Toledo, uno de ellos con mi vieja enyesada.
Recorrimos Lima en dos caravanas, una por Miraflores y la playa Agua Dulce, volanteando los ya mojados y arenados papeles desteñidos, y otra por un asentamiento humano cerca a La Molina.
Fuimos a varias casas de campaña distritales, a comer pollada, a escuchar discursos, a seguir sudando la camiseta con la cara de Anel en el pecho. Yo feliz, aún cuando más de una vez intentaron lincharme los fanáticos del 'chino'.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no lo fue.
Han pasado 10 años de aquellos, y a pesar de haber seguido teniendo contacto con Anel en la universidad, me alejé raudamente de la política.
Estudiando leyes en una universidad buena pero que de política no tiene casi nada (y donde te prohíben hacerla), no regresé más. No volví porque básicamente vi que, luego de la lucha por reestablecer la democracia, los políticos volvieron a hacer los mismos de siempre, tan lejanos, burócratas e indiferentes.
La sociedad se volvió a sentar y a mirar cómo nos volvían a llevar en andas, sin llegar al grado de corrupción (aunque siempre hay), pero sí con esa mínima posibilidad de participación y de relación de tú a tú con el que elegimos para que lleve las riendas de nuestro país, sobre todo, luego de tanta lucha conjunta y trauma post dictadura.
Me desencanté del sistema, tan frío, tan lejano y lleno de los mismos dinosaurios de la política peruana. Cejones, durmientes, demagogos, come pollos, mata perros, lava pies, amantes del silencio cuando les conviene, enculados de los sillones del SIN que siguen hasta ahora bien puestos en sitiales públicos o que ahora, tachados, vuelan con ganas de más, con el apoyo de aquella sombra negra por la que hace 10 años muchos salimos a pitear, a lavar banderas o a pintarnos las manos de blanco.
Todo siguió igual, hasta hace algunos meses.
Es que, como empecé este artículo:
Hace mucho no hablaba de política con esa intensidad y la misma pasión de hace diez años, sabiendo que hoy tenemos una candidata digna, una laborante social ejemplar, una ciudadana 10 puntos, una honorable líder, tal como es la carismática y experimentada política,
Susana Villarán, candidata a la Alcaldía de Lima por el
Partido Descentralista Fuerza Social.
No escribo esto para hacer política, sino para contar mi experiencia y cómo después de tanto tiempo he vuelto a interesarme en algo que creí perdido.
No me gustan las demagogias, la cucufatería ni la sobonería. Digo lo que veo y siento, y somos muchos ya los que nos vemos reflejados en una candidata lejana a lo común, a lo desastrosamente común y vulgar de la política peruana.
Hoy, el Perú y Lima, tienen la posibilidad de tener ese aire fresco que necesita nuestra sociedad, lejos de la despersonalización del los políticos arcaicos y caducos que tenemos.
Susana es nuestra esperanza, una gran elección, con compromiso, experiencia, pero sobre todo, con las manos limpias. Me siento orgullosa que ella esté ahí, devolviéndonos, a muchos, la fe en la política y en que sí se puede hacer la diferencia.
Ahora vuelvo a hablar de política y he logrado, mediante difusión, que hablen personas que tampoco lo hubieran pensado. Gracias a ti, Susana.
Si siendo candidata, mira todo lo que has logrado. Llegando a la Alcaldía, ya me imagino todo lo que lograrás.
¡Vamos a ganar! Lima tiene que ganar. Vota por Susana Villarán.