viernes, 29 de octubre de 2010

El Señor de los Milagros

Voy poco a misa y no lo digo con orgullo, al contrario. Sin embargo creo que el asistir o no no te condiciona a ser buen o mal hijo de Dios, o menos una mala persona.
Cuánta gente he conocido que se golpea el pecho, comulga sin confesarse o haciéndolo, y en su casa es tremenda joyita. A la inversa, cuánta gente genial y que no asiste. En fin, hay para todo.
Hoy fui por 2da vez a las Nazarenas. Ahí donde no hay diferencias, donde blanquitas y pitucas se mezclan con la gente del pueblo profundo, donde los ojos en unísono brillan enjugados en una gota cristalina de salinidad. La emoción que embarga al ver al Cristo morado pintado en ese altar lleno de oro nos hace ver y sentir más humanos dejando de lado por un instante esa cuota de idiotez que cargamos en nuestra sien, en esos ceños fruncidos y en esa intolerancia que nos regresa a la era cavernaria, tan cotidiana por estos días.
¿Cómo seríamos si fuéramos así siempre? ¿Qué mundo sería el nuestro? Donde no nos separe las ideologías, donde las ansias de poder no se proyecten a un sillón presidencial sino en hacer el bien al más próximo. Ese mundo donde no hayan rabietas, donde no perdamos el tiempo en  tonterías y creamos en lo importante que somos en la sociedad para poderla cambiar, rejuvenecer y darle ese toque especial, tan nuestro y único. Donde dejemos de rajar y criticar y empecemos a cosechar y ver a los demás como iguales.
Me emocioné en las Nazarenas, mirándolo, rezando, llevando a una amiga. Aplaudiendo en mi mente ese color mate resultado de la convergencia de todos los peruanos sin distinción. Así quisiera vernos siempre, sin odios, con respeto a las diferencias, sin posturas ni hipocresías. Solidarios y con el corazón en la mano. Un corazón que no se debilite debido a nuestros egoísmos.

Hoy sé lo importante que sería para el Perú que los 12 meses del año sean octubre.

sábado, 16 de octubre de 2010

La Cuba de los cubanos.... (Sentí a Cuba)

Tiempo, espacio, aire. Ojos faltaron.

Relatar lo que sentí en el Jorge Chávez, en el Tocumen, o en el Martí, (Duty Free’s incluidos), es innecesario.

Ni siquiera el altercado en pleno vuelo de ida entre dos peruanos, que llegando a la escala en Panamá cumplieron con su amenaza de arreglárselas a golpes.

Cuba para mi fue un desenchufe de mi vida, de mi casa, de mi mamá, sobre todo. Fue el motivo de búsqueda del alivio en mi alma.

Prometí que en este viaje no parpadearía ni un segundo, aún cuando ecos familiares intentaran perturbarme. Estaría atenta a todos los sonidos, al casi silencioso del mar, del a veces estruendoso del cielo. El “Oye mi hermano” del moreno del lobby bar, el “Quiero mover mi cuerpecito” de la mesera con pelo oxigenado y taparrabo negro; la alegre salsa, el elegante son, el contagiante guaguancó. Quería escuchar más de lo que emitieran los sonidos, más del que los labios pronunciaran, y que la naturaleza pudiera evocar.

La vista no se quedó atrás. Matanzas y sus playas, por sobre todo, Varadero. El sol, el clima meloso que de él pareciera salir un panal de abejas. Los pueblos de La Habana, el casco moderno y el antiguo. La Bodeguita del Medio, La Floridita. La Plaza de la Revolución, el malecón, las banderas cubanas cada setenta metros. La palabra "Revolución" cada cien. Los souvenirs, la imagen de El Ché. Los mojitos, el daiquiri y la cubata. La mejor pero nunca de mi devoción, piña colada. El Havana Club; los Popular, Montecristo, Cohiba y los Romeo y Julieta. Gente mayor en las calles con periódicos en mano amarillentos por el sol, proclamando a viva voz su régimen, mientras otros con vestimenta típica, se avalanzaban hacia los turistas para una foto, por unos "convertibles". Las santeras con sus inmensos puros. Las "bodegas de la caridad" y las "libretas de abastecimiento". La caca del desplumado pavo real en el Palacio de los Capitanes Generales. El patrullero malogrado. Los guardias empujándolo. El Comunismo, Fidel Castro y "sus 80 más".

La satanización a Bush y a los traidores de la revolución en repetidos carteles; el esperanzador aguardo del regreso de sus héroes, cautivos por el "terrorismo americano". Las vacas flacas por la carretera. El embargo económico. Las jineteras próximas al malecón. Los "camellos" y los "cocotaxis". Los Buick y los Chevrolet del 57. La Virgen de la Caridad del Cobre que nunca encontré. Los diversos colores de tez. La tierra amurallada. La Plaza Vieja. La Catedral. El canoso en bibidí asomado por un balcón. Las mujeres regordetas con licras apretadas y coloridos tops. La quinceañera vestida de pomposo rosado yendo a su fiesta. El caricaturista con diente de oro. Cada excéntrico personaje. Mi primera y única Coca Cola durante el viaje. Otra vez la palabra "Revolución" ahora conjugada como adjetivo, en mil paredes más sobre la ya repasada carretera. Guajiros con machetes a lo largo de la misma. El tiempo detenido.

El olor. Café y tabaco. Tabaco y ron (como la canción). La tóxica fragancia a refinería. El dulce aroma de la lluvia.

El paladar tuvo que acostumbrarse a una muy mala comida de hotel. Me la pasé con jamón, mañana, tarde y noche por varios días. El buffet variaba poco y los restaurantes, previa cita, eran peor. El arroz frito, como el "arroz chaufa" en Perú, salvó la crítica. Congrí, tachinos y mucho vino tinto a temperatura ambiente (hirviendo). Perros calientes y cerveza Cristal y Bucanero. El mejor Daiquiri, donde la gorda camino a la playa. En La Habana, comí muy bien. Cerdo, aunque sin afeitar. Luego, esa Coca Cola, bajo los treinta y pico grados de la capital cubana.

Del tacto no mucho. "Soy una chica tranquila". Con la excepción del toqueteo furioso de una guardia cubana a la llegada en migraciones. Peor que campo de concentración.

La playa y el agua reacia a la taquicardia. El reflejo del sol dentro del mar hacia mi cara a las once y media de la mañana. La herida de la rodilla. El ardor y su rápida cicatrización con el agua salada.
El lentísimo internet. Las tan esperadas llamadas. Lo caro que era todo.

La enseñanza que me dejó una viejita terminando el recorrido en La Habana. Como todos, como la mayoría, pidiéndome alguna cosita que me sobrara para su nieta. ¿Un jabón, lápiz de labio, un peso? Maldije no haber tenido nada más para darle. Sobre todo al ver con la prisa que cruzó la pista luego de entregarle la última moneda que me quedaba, y la misma con la que fue a comprar un vaso de refresco no dudando en regresar con igual agilidad, para brindármelo, como dándome, de la mejor manera, la bienvenida a un país, estremecedor, intrigante, contradictorio. A su país. A su Cuba. A la verdadera y fiel Cuba de los cubanos.

Mano negra

Naci en el año 1985 y no olvido. La hiperinflación, la leche Enci en su bolsita verde, el olor a vela derretida cuando en la casi oscuridad me abrazaba a mi abuelita. Los peores fantasmas estaban afuera derribándose torres mientras los gobernantes se tiraban la plata a mansalva.

"¿Ahí están? Sí, aquí estamos", repetía cachacienta, imitando al birolo ministro de Alan. Luego vendrían mis vivas "y va a caer, y va a caer, caballo loco va a a caer". Desde chica me incliné a la política, desde niña miraba noticias, viví el terrorismo y agité el "puño" en victoria cuando cayó Abimael Guzmán. Niña, jugaba y politiqueba. Aún no olvido.

Fujimori y sus 10 años y un poco más. La prensa comprada, las noticas asquerosas que nos vendían, el Congreso cerrado y aperturado hecho como un joystick para estar a la par de la cochinada. El olor a bombas lacrimógenas, los vladivideos, los fraudes burdos, los tránsfugas. Ahí, cuando nacían los antihéroes y a veces los coherentes.

Soy antiterrorista, nunca he consumido drogas y mi color favorito es el amarillo.

Hoy, a mis 25, revivo una realidad política preocupante. Unas elecciones municipales polarizadas, diarios con un monótono gemido de manipulación, encuestas que se demoran más de la cuenta y jefes de gobierno que gritan a los 4 vientos sus predilecciones electorales. Una falta de seriedad preocupante, calco de años pasados, y donde el factor miedo ha sido su mejor espada y escudo.

Alan García, Lourdes Flores, Castañeda Lossio y los fujimoristas. Agarrados de la mano, como pasándose la posta, una seguidilla de poder y una cadena de eslabones dictatorialmente asolapados. Qué mal me huele esto. Una dictadura sin reelecciones para no contravenir la Constitución y no sea un escándalo, pero por debajo de la mesa, "camita alcolchonada" para que el paso de una misma línea turbia de políticos ansiosos de poder se queden entornillados en este país, que sin miedo, debió decidir.

Pero así no fue. Susana Villarán recibió la artillería pesada del lobby peruano, de ese que no puede perder la mermelada del día a día. ¡Cuántos intereses de por medio habrán, cuánto miedo sucitará que le rompan la cinta de "prohibido el paso"! Tiemblan de miedo, soltando la lengua triperina, instando al recuerdo del pasado que tanto daño nos hizo, asemejándolo para no dejar entrar una nueva propuesta de cambio con paz.

A mi no me engañaron. No me engañó Aldo Mariátegui y su Correo, ni Expreso, ni todos los demás medios de comunicación que vendieron su alma por quedarse en su chamba, llegando al colmo de querer "angelizar" a un narco. No me dejé llevar cuando PPK dijo que los inversionistas temblaban al ver nuestro futuro político cuando días posteriores salió una inteligente nota en The Economist trayendo abajo su teoría tendenciosa. No me dejé llevar viendo a De Althaus y escuchando a la Balbi poner el autochuponeo junto a Lourdes. A mi no me engaña nadie. En el momento que tenga que fiscalizar lo haré pero esto fue repugnante.

El poder sigue su línea putrefacta y qué pena me da. Hoy revive en mi esa niña de casi 5 años, cuando gritaba encima de las sillas de los restaurantes "caballo loco va a caer", cuando el pan parecía hecho de agua y pasaba el lechero tocando su triángulo en mi barrio de San Miguel. Y ahora me dicen caviar. Yo les respondo, sí y a mucha honra, pero jamás vendida, corrupta, lobbysta, ni loba.

Hoy, si perdemos una gran alcaldesa nos quedará en la conciencia. A ver qué maniobra hacen. En fin, hoy creo que los peruanos tenemos lo que merecemos. Que luego se la chupen.

Lo que escribí hace algunos meses y no me arrepiento....

Hace mucho no hablaba de política. No con esa intensidad y la misma pasión de hace diez años, cuando recién pasaba a 5to de secundaria y el régimen corrupto de Fujimori había caído y los movimientos civiles hacían más que bulla y plantones.

Por esos días que, compraba cuatro periódicos distintos y los almacenaba en un archivador de cartón, leía la Constitución de adelante para atrás y tenía montado en el comedor de mi casa como un tipo de oficina de campaña: códigos, normas que aún no sabía cómo se estudiaban y una pizarra enorme con las letras del plumón verde citando parte del largo 2do artículo de la Carta Magna.

En esas épocas había dejado de jugar. No salía ya por mi cuadra y menos hacía deporte. Los kilos de más hacían gala en un cuerpo de la deportista innata y vehemente que fui, acompañando mis horas despierta viendo Canal N, minuto a minuto tal como decía el slogan, y escribiendo mis primeras líneas, notas, crónicas, cartas. Pues, de la indignación, creo, nació mi vocación por escribir.

Mis amigos ya no me buscaban para sonsear. Los había educado para que me siguieran en esta nueva aventura politiquera, la cual consistía en reunirnos en tal "despacho congresal" junto a la cocina para opinar sobre las últimas noticias de centro-derecha-izquierda y agendar nuestra próxima visita, plantón o pequeña y amigable marcha. ¿Quizá al CAL?

Mis padres no tenían idea. Para ellos, yo jugaba, y por eso quise demostrar que no lo hacía. Fue así, que por convicción y admiración decidí escribirle a la entonces congresista Anel Townsend. Desde mis deseos de contactarme con ella, pasaron mucho mails sin retorno, llamadas sin respuesta, visitas sin encuentro.

Mi madre no me dejaba ir más allá de 5 cuadras, sin embargo, enrumbé más de dos veces al centro de Lima en micro junto a mis secuaces, para dejar cartas y conocer el Congreso de la República, zigzagueando manifestantes, caballos, smok y emolienteras.

¿Qué le decía a mi madre? Que estaba en el Internet. ¿Me chapó en la mentira? A medias, pero el nalgazo no me achicó frente a la meta de llegar al propósito trazado. ¡Jodida que era!

Anel andaba muy ocupada en ese entonces, pues integraba la comisión investigadora encargada de sacar al viento la maraña corrupta fujimontesinista. Yo comprendía, pero la impaciencia de mis 15 febreros, no. Me empezaba a frustrar. ¡No podía ser tan difícil de contactar, caramba!

Mis amigos se habían aburrido y yo sólo quería que una persona símbolo de esa democracia perdida por tantos años, me leyera y escuchara.

Luego de un largo mes, recibí la llamada. Anel me atendería luego del Pleno del día siguiente. Por la entrada de atrás, ya tenían nuestros nombres como invitados. Ese día fue muy importante para una emocionada y gorda quinceañera.

Desde ahí, hicimos campaña congresal con Anel (a espaldas de mi mamá y con la complicidad de mi papá, por lo general). Me compré un bombo gigante, volanteé innumerables veces por el recorrido Jirón de la Unión, la Alameda Chabuca Granda, la Plaza San Martín (donde me robaron la billetera), la Plaza Mayor, la Calle Capón y el Mercado Central el último domingo de carnavales, el Parque de la Reserva. Cruzamos miles de veces esa congestionada Av. Abancay y caímos en dos mítines de Toledo, uno de ellos con mi vieja enyesada.

Recorrimos Lima en dos caravanas, una por Miraflores y la playa Agua Dulce, volanteando los ya mojados y arenados papeles desteñidos, y otra por un asentamiento humano cerca a La Molina.

Fuimos a varias casas de campaña distritales, a comer pollada, a escuchar discursos, a seguir sudando la camiseta con la cara de Anel en el pecho. Yo feliz, aún cuando más de una vez intentaron lincharme los fanáticos del 'chino'.

Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, pero no lo fue.

Han pasado 10 años de aquellos, y a pesar de haber seguido teniendo contacto con Anel en la universidad, me alejé raudamente de la política.

Estudiando leyes en una universidad buena pero que de política no tiene casi nada (y donde te prohíben hacerla), no regresé más. No volví porque básicamente vi que, luego de la lucha por reestablecer la democracia, los políticos volvieron a hacer los mismos de siempre, tan lejanos, burócratas e indiferentes.

La sociedad se volvió a sentar y a mirar cómo nos volvían a llevar en andas, sin llegar al grado de corrupción (aunque siempre hay), pero sí con esa mínima posibilidad de participación y de relación de tú a tú con el que elegimos para que lleve las riendas de nuestro país, sobre todo, luego de tanta lucha conjunta y trauma post dictadura.

Me desencanté del sistema, tan frío, tan lejano y lleno de los mismos dinosaurios de la política peruana. Cejones, durmientes, demagogos, come pollos, mata perros, lava pies, amantes del silencio cuando les conviene, enculados de los sillones del SIN que siguen hasta ahora bien puestos en sitiales públicos o que ahora, tachados, vuelan con ganas de más, con el apoyo de aquella sombra negra por la que hace 10 años muchos salimos a pitear, a lavar banderas o a pintarnos las manos de blanco.

Todo siguió igual, hasta hace algunos meses.

Es que, como empecé este artículo: Hace mucho no hablaba de política con esa intensidad y la misma pasión de hace diez años, sabiendo que hoy tenemos una candidata digna, una laborante social ejemplar, una ciudadana 10 puntos, una honorable líder, tal como es la carismática y experimentada política, Susana Villarán, candidata a la Alcaldía de Lima por el Partido Descentralista Fuerza Social.

No escribo esto para hacer política, sino para contar mi experiencia y cómo después de tanto tiempo he vuelto a interesarme en algo que creí perdido.
No me gustan las demagogias, la cucufatería ni la sobonería. Digo lo que veo y siento, y somos muchos ya los que nos vemos reflejados en una candidata lejana a lo común, a lo desastrosamente común y vulgar de la política peruana.

Hoy, el Perú y Lima, tienen la posibilidad de tener ese aire fresco que necesita nuestra sociedad, lejos de la despersonalización del los políticos arcaicos y caducos que tenemos.

Susana es nuestra esperanza, una gran elección, con compromiso, experiencia, pero sobre todo, con las manos limpias. Me siento orgullosa que ella esté ahí, devolviéndonos, a muchos, la fe en la política y en que sí se puede hacer la diferencia.

Ahora vuelvo a hablar de política y he logrado, mediante difusión, que hablen personas que tampoco lo hubieran pensado. Gracias a ti, Susana.

Si siendo candidata, mira todo lo que has logrado. Llegando a la Alcaldía, ya me imagino todo lo que lograrás.

¡Vamos a ganar! Lima tiene que ganar. Vota por Susana Villarán.